Doble acoplado

Share on Google+Tweet about this on TwitterEmail this to someoneShare on TumblrShare on Facebook

Por Natalia Zito

camion

 

Si no fuera escritora o psicoanalista, sería un camionero flaco y mentiroso. Andaría por la ruta con un único compromiso: cuidar lo que llevo sin preguntarme por lo que es, seguro de tener un capital. Tendría un camión de dieciocho metros de largo total con dos acoplados con lona verde. No me comprometería jamás a un horario cierto de llegada. Manejaría pensando en los mundos de los que me priva el trayecto, añorando el lugar del que me fui y al que estaría por llegar. Llevaría una velocidad sostenida para complicar a los automovilistas indecisos. Me pararía al costado de una ruta peligrosa con la camisa abierta, con gesto de necesitar algo pero el desdén arrogante de los kilómetros recorridos. Luego estacionaría el camión en la puerta de un pueblo y entraría caminando. Me infiltraría en una panadería a comprar bizcochitos de grasa, fingiendo el deseo de ser uno más. Haría amigos íntimos en la estación de servicio y cuando me preguntaran por mí, les hablaría de los camiones que manejé y las mujeres con las que estuve.

Llevaría al sacerdote sin sotana hasta el pueblo siguiente o incluso hasta la ciudad más cercana, lo dejaría en la rotonda de entrada y luego me alejaría recordando el roce de mis callos contra su mano.