Cuentos Raros
Fernanda García Lao, Agustina Paz Frontera, Lara Segade, Valeria Tentoni, Valeria Iglesias, Juan Marcos Almada, Nicolás Correa, Martín Felipe Castagnet, Gabriela Cabezón Cámara, Diana Da Silva Santos, Luciana De Luca, Ana Ojeda, Gilda Manso, Ingrid Proietto, Juan Pablo Goñi Capurro, Patricio Eleisegui, Gonzalo Unamuno, Alejandro Soifer, Gustavo Di Pace, Cristian Godoy, Enzo Maqueira, Patricio Zunini.
Los diecinueve cuentos incluidos en esta antología son raros y cada uno (se) presenta raro a su modo. La rareza está dada por la resolución, po rel tema elegido, por los roles imprevistos de los personajes, por la utilización de diálogos como forma de avance o retroceso de la trama, por la cantidad de autores (hay 19 cuentos, pero hay 21 autores: raro), por la intención consciente de vulnerar la tradición cuentista argentina.
Un objeto raro se vuelve, por fuerza, singular. Único.
He aquí un libro diecinueve veces único.
Patricio Zunini
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Por una relación asimétrica hacia el texto que presenta, el prólogo es un objeto raro: es un outsider. Forma parte y –a la vez no– del libro; suele tener un recorrido diferente. El prologuista frecuentemente usa su espacio como presentación hiperbólica, como hagiografía, como ajuste de cuentas. No recuerdo quién decía que una contratapa no deja de ser una “tapa en contra”: en La Biblia de Neón de John Kennedy Toole, el editor Kenneth Holditch escribe un “prólogo en contra”. A lo largo de diez páginas se queja amargamente de haber tenido que publicar el libro. Lo tira abajo pero, aunque es evidente que el libro no tiene la efervescencia de La conjura de los necios, consigue mantener una ligera luminosidad. Como contraejemplo, el prólogo de Borges a La invención de Morel obliga a ubicar la novela de Bioy Casares en un lugar central de la constelación de la ciencia ficción. Lo bueno es que la novela se sostiene a pesar de Borges. Hay casos, y por cierto son bastantes, en que el prólogo excede el libro en cuestión: Sartre no es el autor de Los condenados de la tierra, pero su prólogo es más citado que el texto de Fanon; ciertas cátedras de Sociología sólo tienen como lectura obligatoria la introducción de Las estructuras elementales del parentesco, de Levi-Strauss. Estos ejemplos no dejan de ser excepciones, pero sirven para cimentar lo dicho más arriba: el prólogo es un texto outsider.
El prólogo en las antologías merecería un análisis particular. Como muchos antologadores íntimamente esperan que la selección actúe como piedra basal de una generación o un género (en algunos casos no tan íntimamente: ver por caso El futuro no es nuestro con excelente edición de Diego Trelles Paz), el prólogo funciona a la vez como corte generacional, toma de posición política y justificación estética. Pero cuando el prologuista no forma parte de la generación antologada puede aparecer una rareza. Tal es el caso de Abelardo Castillo en La joven guardia (comp. Maximiliano Tomas). Castillo acompaña como un patriarca literario la edición de la antología, haciendo explícita la intención de no leer a los autores seleccionados: no los ha leído ni los va a leer. El gesto se vuelve aún más extraño cuando, pasados ya seis o siete años de su primera edición, La joven guardia se ha vuelto uno de los libros fundantes de la narrativa de nuestra generación. Castillo, sin embargo, se autoexcluye: dice que ya no lee a jóvenes y esa afirmación tiñe sus propios cuentos –todos, incluso los mejores; especialmente los mejores– de un sepia reaccionario. Tal vez el hecho de no leer a escritores más jóvenes sea una de las razones por las que Castillo fue eclipsado por otros “patriarcas” como Piglia o Fogwill. (Si Fogwill me escuchara llamarlo “patriarca”, probablemente me pegaría una patada en el culo.) Hago memoria, pero no recuerdo prólogos de Fogwill. Me refiero a prólogos de autores jóvenes, porque rápidamente pienso en los de Aventuras de un novelista atonal, de Alberto Laiseca o el volumen de Cuentos reunidos de Kjell Askildsen. Fogwill pudo no haber prologado a autores jóvenes; sin embargo, era un lector atento. Egoísta, pero generoso.
Confieso que para la publicación de esta antología de cuentos raros estuve tentado de hacer lo de Castillo: no leer los cuentos que aquí se presentan. Si no lo hice fue porque mi neurosis pudo más. Y porque me faltó coraje.
A principios de marzo, Enzo Maqueira me invitó a ser jurado del Concurso Outsider de Cuento Raro. La propuesta era que Patricia Suárez, Patricia Kolesnicov y yo (“los tres patricios”) eligiéramos tres cuentos que se sumarían a los otros dieciséis que forman esta antología: acepté rápidamente. No por vanidad, aunque es claro que tuvo una cuota importante en la decisión, sino porque tengo una imagen de mí bastante convencional y me daba curiosidad participar en algo “raro”.
La principal dificultad fue concebir qué es un “cuento raro”. No hubo bajada de línea de los editores: simplemente se nos dijo que había que elegir cuentos raros. Cada jurado, entonces, debió armarse una definición ad hoc. En el proceso de selección leímos a más de veinte concursantes: autores que resaltaban lo difícil que es escribir (como si tal cosa fuera rara; ¡lo raro es escribir!), relatos en segunda persona, narraciones tartamudeadas, etc. El debate con Suárez y Kolesnicov fue extenso y fundamentado. Quiero expresar aquí mi agradecimiento hacia ellas.
La selección fue tremendamente difícil. Un refrán dice que el juez ha impartido justicia cuando el veredicto deja disconformes tanto al defensor como al fiscal. En este caso, la disconformidad de los tres jurados nos da la certeza de haber obrado bien. Cada cuento fue defendido, reevaluado, atacado y, finalmente, negociado. Patricia, Patricia y yo, los tres nos quedamos con las ganas de incluir un cuarto cuento. Pero al final, con la antología editada, hay que decir que los elegidos no sólo son los mejores, sino que conviven raramente con el conjunto del libro.
En una versión anterior de este epílogo (que iba a ser prólogo) hacía una breve, brevísima, descripción de cada cuento. Creo, sin embargo, que lo mejor es haberse dejado sorprender por la rareza de cada narración. Los diecinueve cuentos incluidos en esta antología son raros y cada uno (se) ha presentado raro a su modo. La rareza está dada por la resolución, por el tema elegido, por los roles imprevistos de los personajes, por la utilización de diálogos como forma de avance o retroceso de la trama, por la cantidad de autores (hay 19 cuentos, pero hay 21 autores: raro), por la intención consciente de vulnerar la tradición cuentista argentina.
Un objeto raro se vuelve, por fuerza, singular. Único. He aquí un libro diecinueve veces único.
Patricio Zunini
Fernanda García Lao
Morder la mano (Diálogo pelirrojo)
Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni
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